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IG Farben

23 de diciembre de 2013
Coordinación contra los peligros de BAYER

IG Farben en la Guerra Civil

«Es un deber incuestionable ayudar a Franco»

El 17 de julio de 1936 tuvo lugar el levantamiento de las tropas de Francisco Franco contra el Gobierno legitimado en las urnas del Frente Nacional. Sin embargo, el pueblo opuso resistencia y defendió la República. Recibió apoyo de voluntarios llegados de toda Europa, mientras que los regímenes fascistas de Alemania e Italia se pusieron del lado de los golpistas. Más adelante, Hitler llegó a presumir de que «sin la ayuda de ambos países (…) hoy Franco no existiría».
Gran parte de la responsabilidad recayó en IG Farben, aglomerado de empresas cofundado por Bayer. El que fuera mayor inversor extranjero con diferencia en España, con un total de catorce delegaciones en el país, se posicionó con los golpistas. El Frente Nacional, que salió vencedor de las elecciones de febrero de 1936, ya le había dado algún quebradero de cabeza a la compañía. «Una avalancha desmedida de aspiraciones sociales extremistas» (2), escribía el director de IG Farben en Flix, localidad cercana a Barcelona, en el informe Sobre las luchas sociales en el presente de España, publicado a los seis meses del triunfo de los partidos de izquierda. «La introducción de la seguridad social y otras lindezas por el estilo», como la reducción de la jornada de trabajo, la promulgación de una legislación social y de medidas contra el desempleo intranquilizaron a los directivos tanto como la posibilidad de que la independencia de Cataluña se viera reforzada.

La huida de IG Farben
Nada más producirse el golpe, el personal de las delegaciones de IG Farben en Flix y Barcelona abandonó las instalaciones; no querían permanecer en el país del Frente Nacional. La «sección político-económica» de IG Farben solicitó al Ministerio de AA. EE. alemán una valoración de la situación, a lo que el organismo teutón aseguró que la coalición gobernante «se esforzaba al máximo por evitar incidentes»; a todas luces, esta opinión no tranquilizó los ánimos de la plantilla. Tanto fue así que cruzaron a lo que llamaron «Heim ins Reich» (el hogar dentro del Reich), la zona controlada por Franco y los suyos; algunos llegaron a utilizar como medio de transporte el acorazado Deutschland. Todas estas precauciones fueron exigencias de la «sección político-económica» a las autoridades alemanas, y estas notificaron a la delegación española que «el alto mando de la Marina ha recibido instrucciones claras del Ministerio de AA. EE. sobre la situación de los súbditos alemanes de IG Farben en Flix, por lo que se han cursado las instrucciones pertinentes a los buques de guerra fondeados en España».
En un primer momento, permanecieron en España los tres máximos dirigentes de AGFA-Foto. No obstante, a finales de septiembre de 1936, la central ordenó el regreso a Alemania de dos de ellos. Dos semanas después, Enrique Herold, su director general, también abandonó España y, con él, 815.000 pesetas, las llaves de la caja fuerte y unas cuantas fórmulas químicas de vital importancia. Previamente, ya se había producido alguna discusión con el nuevo órgano supervisor, creado por la Consejería de Economía del gobierno catalán. Los directivos de IG Farben vieron en este órgano de control el fantasma de la colectivización, si bien el efecto real fue más bien limitado y los supuestos espíritus malignos en absoluto sucumbieron ante los de buena voluntad. El comité de empresa, nombrado por la dirección de la compañía, trabajaba «con todos los medios por la causa antifascista»; pero en una carta dirigida a la directiva, le reprochó a esta que «en unos tiempos en los que se hace necesario más que nunca reorganizar y construir un nuevo mundo de los negocios» había terminado huyendo. No obstante, la filial de AGFA siguió dando beneficios como es debido.
Tampoco fue tanto el socialismo lo que amedrentó a la que por aquel entonces era la principal compañía europea, sino que se trató más bien de las disposiciones del estado de derecho, el cual, incluso antes de la llegada al poder del Frente Nacional, ya había limitado la adquisición de empresas españolas con el fin de proteger la economía nacional. Por este motivo, IG — al igual que otros grupos empresariales alemanes — puso al frente de sus empresas a testaferros. Y eso fue exactamente los que detectó el comité de control, el cual manifestó con irritación desde Barcelona lo siguiente: «Este comité exige una respuesta a las diversas preguntas que plantea la estructura financiera de AGFA-Foto. En cuanto a la posibilidad no convenida en ningún caso de que más adelante el fisco presente grandes exigencias, se admite que el conjunto del capital accionarial de AGFA-Foto se encuentra en manos de I.G., esto es, de una empresa extranjera». En este sentido, Enrique Herold recibió en un primer momento el consejo de ganar tiempo, pero llegó un momento en que la situación fue muy peligrosa.
Por tanto, también fueron estos los motivos por los que IG Farben se decantó por el bando de Franco. Y le prestó ayuda de todo tipo. En varias ocasiones, la sociedad donó al General y a su séquito 100.000 pesetas como forma de premiar los éxitos militares. Junto con Siemens y otras compañías alemanas, el grupo asesino de IG Farben apoyó al cuerpo militar de sanidad de los golpistas y equipó a los combatientes. «Durante toda la Guerra Civil española, Alemania y, en este país, AGFA fue capaz de abastecer a España, más concretamente a su ejército (…) con todas los suministros necesarios», anunció la empresa, no sin orgullo. Desde viscosilla para los uniformes hasta mercurio o expertos para el «servicio químico» de Francisco Franco, IG Farben abasteció de todo lo necesario. Luis Muntatas, general del Estado Mayor responsable del acuerdo sobre metales pesados, al servicio igualmente de IG Farben, comunicó a su superior que «en Alemania se ha accedido sin objeción ninguna a este deseo, ya que lo consideran una obligación ayudar de la manera que sea al gobierno de Franco» (2).
En correspondencia interna, la directiva de IG Farben elogiaba el «ejemplar arrojo» de los esbirros de Franco y consideraban la conquista de Toledo como una «página dorada en la historia de España» (2). De este modo, dividían a su personal entre «buenos elementos» y «rojos». En este sentido, la dirección pasó varios cuestionarios y, a partir de estas, elaboró listas negras. En una de ellas aparecía el nombre de Tomas de V. Gali, subcomandante del acorazado republicano Gravina, como un elemento especialmente peligroso. Agentes a las órdenes de la dirección siguieron los pasos de este tipo de sospechosos, de los que había un gran número. Según el informe de estos espías, dos tercios del plantel estaban de parte de la República. Aquellos que «tienden al otro bando, es decir, que nos son afines», recibieron órdenes de sabotaje bajo identidades falsas. Incluso había infiltrados en los puestos directivos: Juan Trilla Buxeda era el director del comité de empresa. IG Farben contó con en sus filas con otros espías nazis, como Friedrich Lippenheide, Richard Modenhaus, Heinrich C. Langenbein, Rolf Rüggeberg o Albrecht von Koss. El gobierno de EE. UU. llegó a contabilizar un total de 104 dentro de IG Farben y otras empresas como MAN, Lufthansa, Telefunken o en los consulados alemanes (9).

Sólidos intereses
La simple camaradería fascista no era lo único que impulsaba el régimen nazi y sus grandes grupos empresariales. Hitler e IG Farben tenían sólidos intereses: hacer retroceder el «peligro rojo» dentro del estado y, mediante una «guerra mundial a escala», como gustaba llamarla la directiva de IG Farben, prepararse para la acción militar. España no solo permitió afianzar la relación con Benito Mussolini, sino que también sirvió de campo de pruebas para las tropas y de reserva de materias primas para la industria armamentística alemana. Por sus recursos naturales, el papel de España pasó a ser muy importante.

Reserva de materias primas
«El éxito o el fracaso de nuestra ayuda a España», explicaba Johannes Bernhardt, responsable económico de Göring, no dependía tanto de la victoria de las tropas de Franco, sino simple y llanamente del «éxito o fracaso de nuestros esfuerzos en la explotación minera de España» (10). Heinrich Gattineau, director de IG y persona de enlace con el gobierno nazi, se desplazó a España en el otoño de 1936 para conocer la situación en persona; le preocupaba especialmente la posibilidad de que, por culpa de la Guerra Civil, se interrumpiera el suministro de materias primas esenciales. En su informe, advirtió sobre la «peligrosa situación en cuanto a la pirita, ya que puede reducirse su importación para la producción de ácido sulfúrico». Más de la mitad de la demanda de pirita del «deutsche Reich» provenía de España. Sin embargo, la pirita volvió a brotar, contradiciendo los augurios de Gattineau. En octubre de 1936, las autoridades alemanas adquirieron 200.000 toneladas de pirita, de las que una gran parte fue para IG Farben; a lo largo de los años, el porcentaje de las importaciones totales llegó al 80%. También el wolframio y la mena, que Hitler ya mencionó en un discurso de 1937 como el motivo principal para involucrarse en la Guerra Civil, llegaron en grandes cantidades a Alemania.
La necesidad de materias primas del III Reich definieron de manera decisiva las relaciones bilaterales de ambos países. El porcentaje de la importación de pirita, mena y otros materiales aumentó en pocos años del 35 al 80% y sustituyó en los primeros lugares a productos agrarios típicos como el vino o la fruta, algo que tampoco acababa de contentar al caudillo. También se produjeron ciertos cambios desde el punto de vista formal. Todo el negocio de exportaciones e importaciones se desarrollaba a través de dos instituciones complementarias entre sí: la Hisma y la Rowak «ya que, en consideración del plan cuatrienal, solo así será posible el registro de las materias primas y alimentos disponibles en España, de vital importancia para la economía alemana» (11). Los golpistas no disponían de suficientes reservas de oro y divisas, para, por ejemplo, adquirir armamento. Así que Göring, a través de Hisma/Rowak, estableció un sistema de intercambio por el que se recibía armamento a cambio de concesiones de explotación minera. Más adelante, para hacer frente a unas deudas de guerra de 480 millones de marcos del Reich, Franco llegó incluso a ceder a sus socios la titularidad de seis minas.
La posición monopolista de la nueva organización no fue del gusto de IG Farben, no solo por la obligatoriedad de abonar una tasa de intermediación para cada una de las transacciones ejecutadas. El grupo empresarial prefería trabajar en solitario. En un documento interno de diciembre de 1936, se puede leer lo siguiente: «En estos momentos, la sección de extracción para la exportación trata de cerrar acuerdos comerciales sin la participación de Rowak/Hisma» (12). En su periplo por tierras hispanas, Heinrich Gattineau visitó el cuartel general de los secuaces de Franco en Burgos para negociar por cuenta propia el suministro de nitrógeno para fines militares. Pero fue de todo punto imposible eludir a Rowak, como tampoco lo fue más adelante. Únicamente en el caso de exportaciones de pequeñas cantidades de colorantes y productos farmacéuticos fue posible evitar a la poderosa institución.

Guernica
Los rodeos burocráticos que debía dar IG Farben no afectaron demasiado a sus negocios. La ofensiva en el Norte de Franco de la primavera de 1937, que quedó ligada al nombre de Guernica, sirvió para relanzar de manera especial las exportaciones de materias primas, ya que los golpistas consiguieron controlar las regiones industriales vascas, ricas en recursos. La exportación de mena se triplicó de 1937 a 1938, al tiempo que se hundían las remesas a Inglaterra. Igualmente crecieron las exportaciones de ácido sulfúrico.
Por ello, el grupo químico alemán brindó a Franco un gran respaldo: en las incursiones aéreas de la Legión Cóndor sobre Guernica y otras ciudades vascas se lanzaron bombas incendiarias B1E de IG Farben. La explosión generaba una temperatura de 2.400 ºC y era imposible apagar las llamas con las mangueras. A tan altas temperaturas, se descomponían hidrógeno y oxígeno, dando lugar a un gas explosivo.
La capacidad destructiva registrada en Guernica, donde en un solo día perecieron casi 1.700 personas, fue objeto de minucioso estudio por parte de los expertos. Para los nazis, España fue un gigantesco campo de pruebas militares. Y también se sacaron una serie de Conclusiones sobre una guerra europea. La población civil, «mediante los ataques ininterrumpidos de pequeñas unidades (…) estaba profundamente conmocionada y aterrada”; así consta en las actas, donde, además, se pronostica lo siguiente: “En una guerra europea, se podría atacar con bombas incendiarias ciudades con construcciones mayoritariamente de madera» (13). Los escuadrones de Wolfram Freiherr von Richthofen, jefe del estado mayor de la legión, tras probar en España, actuaron de este modo en Wieluń, Minsk, Vítebsk, Orscha y otros municipios polacos y soviéticos.

Tras la Guerra Civil
Al finalizar la Guerra Civil, el balance para IG fue positivo. En el informe Fuerzas económicas en España (14), se lee lo siguiente: «El futuro desarrollo de las relaciones comerciales entre España y Alemania tiene visos positivos». También se constata que «Alemania está en disposición de importar grandes cantidades de materias primas españolas», y se tiene la esperanza de sacar provecho no solo de la guerra, sino también de la reconstrucción del país. Carl Krauch, miembro del consejo de administración de IG Farben, subraya ese mismo año una vez más la gran trascendencia de España para la Alemania nazi. En un memorando colonialista, recomienda sin tapujos «ampliar el ámbito de influencia económica a los Balcanes y a España de forma pacífica, paralelamente a las relaciones sobre materias primas con nuestros aliados».
Una vez concluida la Guerra Civil, IG Farben registró una actividad económica febril. Dado que el mercado interno apenas ofrecía posibilidades de inversión lucrativas, al igual que otros consorcios alemanes, buscó lejos de allí inversiones que dieran verdaderos dividendos. De este modo, en 1941 se amplió el capital de la planta en Flix. En 1943, se quiso ampliar de nueve a doce millones de pesetas y, después, hasta los cuarenta millones. No obstante, las autoridades nazis no lo permitieron, ya que el Reich sufría en esos momentos una oleada de fuga de capitales.

Tras la Guerra Mundial
España no combatió al lado de las Fuerzas del Eje durante la II Guerra Mundial. Exánime tras la Guerra Civil, adoptó una postura neutral, si bien se inclinaba a uno u otro bando según avanzara el frente. A partir de 1944, el país se decantó claramente por los aliados y, para ello, tuvo que hacer varias concesiones, como la de interrumpir las exportaciones de wolframio a Alemania.
Cabe reseñar que, para los aliados, el estado franquista fue siempre un socio de poco fiar. Cierto es que confiscó los bienes de IG Farben y de otros grupos empresariales alemanes siguiendo las órdenes de los EE. UU., pero lo hizo de una manera que los daños no se dejaron sentir en demasía (16). El Ministerio de AA. EE. alemán ocultó a las potencias vencedoras la verdadera extensión de las propiedades y bienes de las compañías alemanas en España, por lo que solo se incautaron de un 27% de la suma que se calcula realmente. La comisión correspondiente se ocupó sobre todo de que IG y el resto de empresas alemanas nunca perdieran del todo el acceso a los grandes latifundios de los que disfrutaban en España. En la subasta de las compañías, encargada al Banco Urquijo, los destinatarios fueron principalmente representantes españoles o directamente exempleados. Para que el traspaso se produjera de la forma más plácida posible, el Ministerio de AA. EE. evitó la extradición de no pocos directivos, políticos y espías alemanes. El jefe de IG en España, Ferdinand Birk, también desapareció de la lista negra de los aliados, con el fin de que el país no se convirtiera en refugio de nazis alemanes. Para ello, fue ascendido a director de Unicolor, mientras que AGFA-Foto pasó a manos de Enrique Herold, exdirector de IG. José Luis Gallego, español en nómina de IG, se hizo con dos de sus filiales, mientras que su hermano puso en marcha el Instituto Farmacológico Español, cofinanciado por Bayer y Schering.
Estos señores hicieron lo imposible por normalizar las relaciones comerciales entre los dos países, en especial, Ferdinand Birk. Adoptó la nacionalidad española, se puso al frente de la Cámara de Comercio Alemana y, desde este puesto, no solo se encargó de mantener unida a la “comunidad emigrante” alemana. Los historiadores Núria Puig y Rafael Castro lo denominan el «maestro de ceremonias» del resurgir de la economía alemana en territorio europeo. El principal escollo que se interponía en el camino de esta revitalización se eliminó en 1958. Aquel año, Bonn y Madrid firmaron un acuerdo sobre la cuestión de la compensación, en la que se convino devolver a las empresas alemanas un 10% de los bienes confiscados después de 1945. Franco consideró importante atraer la inversión extranjera, por lo que un año después incluso llegó a sustituir a su embajador. El nuevo jefe de la diplomacia fue Luis de Urquijo y Landecho, vicepresidente del Banco Urquijo. Los consorcios alemanes aprovecharon la oportunidad de inmediato y poco a poco recuperaron de manera oficial la propiedad de los bienes. De este modo, los herederos de IG Farben volvieron a ocupar la primera plaza entre las empresas alemanas presentes en España. En 1972, Bayer se posicionaba por delante de Hoechst en la clasificación y detrás de esta venían, por este orden, AEG, Siemens y BASF. (por Jan Pehrke)

NOTAS
(1) Der Spanische Bürgerkrieg in der internationalen Politik, Ed. Wolfgang Schieder u. Christof Dipper, Múnich, 1976, p.15
(2) Dr. Janis Schmelzer, Die Herren Generale, Halle-Wittenberg, 1966, p. 13
(3) a.a.O, p. 23
(4) a.a.O, p. 83
(5) a.a.O, p. 68
(6) a.a.O, p. 25
(7) a.a.O, p. 27
(8) a.a.O, p. 68
(9) Robert H. Whealey, Hitler and Spain: The Nazi Role in the Spanish Civil War, Kentucky 2005, p. 144
(10) Schieder, p. 176
(11) a.a.O, p. 176
(12) Schmelzer, p. 76f
(13) Hannes Heer, Straße um Straße, en DIE ZEIT N.º 17 del 19-4-07
(14) Christian Leitz, Economic relations between Nazi Germany and Franco’s Spain: 1936-1945, p. 98
(15)Nuremberg Trials. War Crimes and International Law, Edición especial aumentada, Traducción del inglés de Ruth Kempner, Zúrich 1951, p. 92
(16) Núria Puig y Rafael Castro, Changing and Persisting Patterns of International Investment: French and German Capital in Nineteenth- and Twentieth-Century Spain, Business and Economic History online, Volume 4, 2006, p. 18 y ss.