Cambio 16. Número 681. 17-24 de diciembre de 1984.
Tres años y medio después de que se iniciara la tragedia atribuida al aceite de colza adulterado, que causó la muerte a 352 personas y ha producido lesiones irreversibles a otras 24.000, los resultados de nuevas investigaciones científicas sostienen que no fue el aceite el culpable. El «Nemacur», un producto de la firma Bayer que se usa en agricultura para matar gusanos, aparece en estos informes como desencadenante del llamado «síndrome tóxico».
Según nuevas investigaciones científicas
Un producto Bayer envenenó España.
El 9 de noviembre pasado, Luís Frontela Carreras, catedrático de Medicina Legal y director del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Sevilla, en un informe reservado, afirmaba: «No existe la más mínima base científica para atribuir al consumo de aceite de colza desnaturalizado mediante anilinas la causa directa del „síndrome tóxico“».
El documento de Frontela, producto de dos años de trabajo, en el que participó todo su equipo de colaboradores de la Universidad de Sevilla, echaba por tierra las tesis oficiales elaboradas durante el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, que atribuían al aceite de colza adulterado la causa del envenenamiento masivo sufrido en varias provincias del país durante la primavera y el verano de 1981.
Frontela Carreras, uno de los más prestigiosos médicos del país, famoso por sus investigaciones forenses sobre el crimen de Los Galindos, no sólo descarta que la colza fuera el agente desencadenante de la epidemia que vistió de luto a 352 familias españolas, sino que afirma tajantemente que las anilinas, unas sustancias colorantes utilizadas para desnaturalizar el aceite, no provocan el cuadro clínico observado en los afectados por la «neumonía atípica».
«En consecuencia -advierte el doctor Frontela en su trabajo-, estimamos que los tóxicos fundamentales que ocasionaron el „síndrome tóxico“ no son las anilinas, sino otras sustancias, que pudieron no ser detectadas en los análisis efectuados por los organismos oficiales encargados de invesrtigar el caso».
El doctor Frontela efectuó su trabajo científico utilizando técnicas matemáticas y estadísticas, y experimentos de laboratorio, a petición del abogado José Merino Ruiz, cuya esposa, María Concepción Navarro Hernández, había fallecido en Madrid durante el verano de 1981, presentando un cuadro clínico similar al de los supuestos envenenados por el aceite de colza.
A pesar de que esta mujer había contraído la enfermedad meses antes de que se detectara el primer fallecimiento atribuido a la «neumonia atípica», Frontela sentencia: «Los hallazgos macroscópicos de autopsia y los análisis de vísceras de María Concepción Navarro Hernández son coincidentes con los de otros fallecidos por el llamado „síndrome tóxico“».
Este descubrimiento, junto con la sintomatología que presentaban los enfermos de la «neumonía atípica», lleva al doctor Frontela a sospechar que el causante del enevenenamiento que llevó a la tumba a 352 personas, según las estadísticas oficiales -más de 500, según otras fuentes-, y produjo lesiones graves e irreversibles en otros 24.000 individuos, no era el aceite de colza.
Frontela probó entonces a investigar con insecticidas organofosforados y sustancias similares, habitualmente utilizados como plaguicidas por los agricultores, logrando un sorprendente descubrimiento: el Nemacur, un producto químico fabricado por la Bayer para matar los parásitos que se fijan a las raíces de las plantas, podría ser el origen de la desconocida enfermedad.
Este nematicida, que se fabrica en la planta que la multinacional Bayer tiene en Quart de Poblet, a pocos kilómetros de Valencia, al ser absorbido por las plantas en determinado periodo de crecimiento, podría dejar residuos tóxicos en los frutos y provocar el envenenamiento de cuantos individuos consumieran el producto, sostiene el informe del doctor Frontela.
«Las series de ratas intoxicadas directamente con Nemacur y con pimientos tratados con Nemacur dos semanas antes de la recolección -afirma concluyentemente el forense sevillano en su informe- presentan similares lesiones microscópicas que las que se observan en los fallecidos por el síndrome o neumonía tóxica».
A similares conclusiones había llegado dos años antes el doctor Antonio Muro Fernández Cavada, ex director del hospital del Rey, de Madrid, quien, en un voluminoso trabajo de investigación epidemiológica, establece que la epidemia detectada en España el 1 de mayo de 1981, cuando en Torrejon de Ardoz moría el niño Carlos Vaquero, de ocho años de edad, víctima de una desconocida neumonía pulmonar, estaba provocada por una partida de tomates que habían sido tratados con el nematicida fabricado por la Bayer en Quart de Poblet (Valencia).
El doctor Muro, un «médico maldito» por haberse enfrentado a las tesis oficiales que relacionaban el aceite de colza desnaturalizado a la extraña enfermedad, acabó apartado de la comisión gubernamental que investigaba las causas de la «neumonía atípica».
Rodeado de un estrecho grupo de colaboradores, Muro se lanzó a investigar por su cuenta. Entrevistó personalmente a más de 4.000 afectados por la enfermedad, viajó de una a otra punta del país y, seis meses después, tenía elaborado el mapa de la enfermedad en todo el territorio estatal.
De esta manera, el médico heterodoxo y su equipo lograban obtener un primer descubrimiento: gran parte de los afectados por el llamado «síndrome tóxico» no habían consumido aceite de colza desnaturalizado y, por el contrario, todos ellos incluían en su dieta alimenticia una determinada variedad de tomate que sólo se cultiva en escasas zonas del Estado español.
Con estos datos, el doctor Muro se dedica a visitar mercados, se entrevista con asentores de frutas y verduras, con transportistas e intermediarios y semanas más tarde consigue averiguar que el tomate sospechoso procede de una huerta de la localidad almeriense de Roquetas del Mar.
Sus investigaciones le permiten determinar, incluso, la cantidad de tomate que pudo haber producido el envenenamiento masivo conocido como «síndrome tóxico»: una partida de unos ochenta y cinco mil kilos cosechada durante los meses de abril, mayo y junio de 1981 y dedicada al consumo interior por su escasa calidad.
«Este tomate, de la variedad Lucy -señala a CAMBIO16 Antonio Muro-, se consumió principalmente en los cinturones periféricos de las grandes ciudades, lo que coincide con el perfil sociológico de los afectados, todos ellos personas pertenecientes a un estrato social medio-bajo».
Mientras la comisión gubernamental del «síndrome tóxico» seguía manteniendo la teoría del aceite de colza desnaturalizado como el vehículo propagador de la epidemia, Muro centra su trabajo en los insecticidas utilizados por los agricultores para combatir las plagas y descubre que un producto de la Bayer, el Nemacur, produce en las cobayas similares efectos a los detectados en los pacientes afectados por la «neumonía atípica».
Cuando se administra oralmente Nemacur 10 a las cobayas -afirma el doctor Muro en el folio OJ 6342507 vuelto del sumario de la colza-, éstas mueren al sexto día. Si, en cambio, se les alimenta con un pedazo pequeño de pimiento tratado con este nematicida, la cobaya muere al segundo día, de donde se desprende que, al ser asimilado por la planta, el Nemacur 10 se convierte en un tóxico más potente que en su preparación original».
Frente a las teorías de los doctores Muro y Frontela, el resto de la comunidad científica -el Centro de Nutrición y Alimentación de Majalahonda, el Instituto Nacional de Toxicología y un sector del Consejo Superior de Investigaciones Científicas- sigue considerando que el envenenamiento masivo que afectó a 14 provincias españolas a comienzos del verano de 1981 se debió a un tóxico que se encontraba en una partida de aceite de colza desnaturalizado.
Los investigadores oficiales fundamentan su hipótesis en que el 97 por 100 de los enfermos del llamado «síndrome tóxico» habían consumido aceite de colza adulterado y vendido clandestinamente y en el hecho de que a partir del 30 de junio de 1981, fecha en que el Gobierno procedió a retirar masivamente este aceite, la curva de afectados descendió vertiginosamente.
Sin embargo, los intentos de reproducir en laboratorio los efectos del síndrome inoculando el supuesto aceite envenenado a todo tipo de cobayas, han resultado vanos hasta la fecha. «En los laboratorios de la Fundación Jiménez Díaz -cuenta a CAMBIO16 un biólogo- hicimos pruebas con grupos de diez ratas de quinientos gramos cada una, a las que les dábamos tres miligramos de aceite de colza de todas las formas imaginables (frito, en ensalada, crudo, etcétera), y ninguna de las cobayas reprodujo el síndrome. Simplemente, engordaban».
En el Instituto Nacional de Toxicología y en el Centro de Nutrición y Alimentación de Majalahonda, dos de las instituciones científicas de mayor prestigio del país, los experimentos dieron parecidos resultados. «La administración de muchas muestras de aceite a babuinos, monos, cobayas y hamsters han dado resultados negativos», concluye la Organización Mundial de la Salud en un informe elaborado en 1983 y dado a conocer este año.
La OMS, que desde que se descubrió el «síndrome tóxico» hasta la fecha ha enviado a 14 equipos científicos internacionales a nuestro país para estudiar la sintomatología y los orígenes del envenenamiento masivo, en un informe de 96 páginas, reconoce la impotencia de la comunidad científica internacional para determinar las verdaderas causas de la epidemia.
«Las pruebas de que las anilidas de ácidos grasos fueron la causa de la enfermedad siguen siendo poco convincentes -asegura en su informe la OMS- (…) Mientras la toxina exacta del aceite siga sin identificarse, todas las pruebas de aceite confiscadas deberían conmservarse almacenadas, ya que mientras siga sin descubrirse la causa precisa, no puede tenerse la seguridad de que esta enfermedad no volverá a presentarse en España u en otros países».
La ausencia de datos concluyentes en las investigaciones de laboratorio sobre muestras de aceite de colza desnaturalizado ha hecho que muchos científicos españoles y extrangeros estén en la actualidad utilizando otras hipótesis de trabajo y que la propia Organización Mundial de la Salud, en un informe confidencial remitido al Gobierno español, recomienda no descartar ninguna otra posibilidad de investigación que pueda arrojar luz sobre el origen del agente tóxico. Es el caso de los doctores Francisco Javier Martínez Ruíz y María Jesús Clavera Ortiz, antiguos miembros de la Comisión Epidemiológica del Síndrome Tóxico, quienes han llegado a la conclusión de que el agente causante del envenenamiento masivo que produjo las «neumonías atípicas» del verano del año 1981 no estaban en el aceite de colza desnaturalizado, sino, por el contrario, en las ensaladas.
«Tras muchos meses de trabajo en el Plan Nacional del Síndrome Tóxico -dice Francisco Javier Martínez a CAMBIO16- hemos podido comprobar que el tóxico no fue el aceite, ya que sólo tres de cada mil personas que consumieron la colza supuestamente envenenada han resultado afectados. Además, no es excato que la epidemia cesara el treinta de junio de mil novecientos ochenta y uno, cuando se mandó retirar el aceite. En contra de la versión oficial, está estadísticamente comprobado que el llamado „síndrome tóxico“ había comenzado a remitir dos semanas antes».
Por otras parte, el personal científico del Laboratorio Central de Aduanas, que dirige el doctor Bolaños, que fue el primer centro investigador del país que aisló las anilinas de los aceites de colza desnaturalizados, tienen serias dudas acerca de que este tóxico fuera el único causante de la epidemia.
«Después de haber estudiado detenidamente la sintomatología de los enfermos -señaló un alto cargo del organismo a CAMBIO16-, estamos convencidos de que entre las sustancias que provocaron las „neumonías atípicas“ tenía que haber obligatoriamente compuestos fosforados».
A esta misma conclusión llegaba, en el verano de 1981, el médico militar Luis Sánchez Monge, una de las personas que más años ha dedicado al estudio de la acción de los gases tóxicos.
El doctor Sánchez Monge, experto en armas químicas y bacteriológicas, en un informe reservado hecho llegar a las autoridades sanitarias del país, aseguraba la coincidencia entre los efectos del «síndrome tóxico» descubiertos en los afectados y determinadas fases de la guerra química, donde suelen emplearse compuestos fosforados en estado gaseoso.
En uno y otro caso, el cuadro clínico era similar: insuficiencias respiratorias graves con disnea y tos, náuseas y vómitos, dolores musculares, dolores de cabeza, diarrea y exantema pruriginoso.
Todas estas experiencias apoyan los descubrimientos de los doctores Muro y Frontela, quienes, trabajando cada uno por su lado, llegaron a la conclusión de que el posible tóxico determinante de la epidemia era el Nemacur, un nematicida que se elabora en la planta de Cuart de Poblet, en Valencia, por la multinacional alemana Bayer. El Nemacur se emplea como plaguicida desde 1972 en el Estado español y lleva fósforo en su composición.
«Según mis investigaciones y las de mi equipo de colaboradores -asegura el doctor Luis Frontela Carreras a CAMBIO16-, el Nemacur es con mucha probabilidad el agente causante del envenenamiento masivo conocido como „síndrome tóxico“».
El doctor Frontela, que recibió a esta revista en su domicilio de Sevilla, en la avenida de la República Argentina, asegura también que su trabajo no son especulaciones gratuitas. «Un equipo interdisciplinario de quince personas llevamos dos años investigando en el tema, hemos hecho centenares de ensayos con todo tipo de plaguicidas y todos los datos señalan que la epidemia pudo producirse por una incorrecta utilización de este organofosforado».
Según el Servicio de Defensa contra Plagas e Inspección Fitopatológica del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el Nemacur cuando se emplea en su versión líquida, que posee una alta concentración de organofosforados, es un producto altamente tóxico, letal para las personas, los animales terrestres y la fauna acuícola, por lo que debe administrarse a las plantas entre sesenta y noventa días antes de la recolección, para dar tiempo a la planta a eliminar los posibles residuos de veneno que puedan acumularse en tallo, hojas y frutos.
«Yo utilicé el Nemacur -se ratifica Frontela ante CAMBIO16- en plantaciones de pimientos dos semanas antes de la recolección. Administrados a lotes de ratas, reproducían fielmente la sintomatología de los afectados por las „neumonías atípicas“ de mayo-junio de mil novecientos ochenta y uno, y morían a los pocos días».
Informes confidenciales de los servicios secretos, a los que ha tenido acceso CAMBIO16, señalan que F.M., el agricultor de Roquetas de Mar, empleó Nemacur -varios bidones de cinco litros de Nemacur en su versión líquida, es decir, la más tóxica- para exterminar una plaga de fusario -un hongo que afecta a las raíces- que estaba a punto de arruinar su cosecha de tomates.
«Fue una mala cosecha -cuenta F.M. a CAMBIO16, confirmando los datos en poder de los servicios de inteligencia-. En un invernadero de dos hectáreas sólo logré salvar ochenta y un mil quilos de tomates, de la variedad Lucy, que vendí entre doce y dos pesetas el kilo y quese destinaron en su integridad al mercado nacional».
El descubrimiento de este agricultor, que confiesa haber recolectado su cosecha semanas antes de que se detectara los primeros casos atribuidos a un tóxico desconocido, parece confirmar las hipótesis del doctor Antonio Muro y su equipo de colaboradores que, a través de un amplio estudio sociológico, cuya documentación ocupa varios armarios de su antiguo despacho del Hospital del Rey, determinó en 1981 que los supuestos tomates a los que él achacaba el origen de la epidemia se habían producido en la provincia de Almería.
Sin embargo, la empresa fabricante del producto plagicida, la multinacional Bayer, la primera empresa química del mundo que creó una sección destinada a la conservación de la naturaleza, rechaza cualquier posible vinculación del Nemacur con el envenenamiento masivo de mayo-junio de 1981.
«Incluso en caso de una mala aplicación del Nemacur, en un plazo breve por descuido o intencionadamente, no se presentaría ningún tipo de enfermedad del tipo de „síndrome tóxico“, ya que está demostrado que nuestro producto no es neurotóxico y, en cambio, los afectados por la „neumonía atípica“ han padecido en su mayoría procesos neurotóxicos», manifestó el jefe de la división fitosanitaria de Bayer en el Estado español, J. Costa (véase apartado).
Estos argumentos no convencen al catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Sevilla, Luis Frontela Carreras, quien afirma a esta revista que existen efectos poco conocidos, pero altamente peligrosos, en los nematicidas. «Estos efectos -asegura- se producen a largo plazo e incluso en personas que no han consumido grandes cantidades de tóxico y no vienen indicados en los folletos de los plaguicidas normalmente, por lo que se suele escapar al conocimiento de los especialistas e incluso de un sector de la comunidad científica».
Pero no es sólo la Bayer quien pone en duda los informes de los doctores Muro y Frontela. «Si son rigurosamente serios -asegura Carmen Salanueva, coordinadora deñ Plan Nacional del Síndrome Tóxico- que vengan y los expongan, que aquí a nadie se le cierran las puertas».
Por otra parte, el Gobierno, que sigue con evidente preocupación las investigaciones de Antonio Muro y Luis Frontela, por el temor de que una mala utilización del tema puede perjudicar al sector agrícola español en un momento clave de nuestra integración en la Comunidad Económica Europea, va a invitar a ambos científicos a que expongan sus teorías ante los foros científicos estatales e interestatales, para evitar, de una vez por todas, que se siga especulando con un tema que afecta dolorosamente a numerosas familias del país.
Independientemente de las declaraciones del Gobierno y de los responsables a nivel asistencial de los afectados por el «síndrome tóxico», el catedrático de Medicina Legal de Sevilla, Luis Frontela, está convencido de que su trabajo está en el buen camino. «Dentro de dos semanas, cuando hayamos concluido los últimos ensayos, la verdad se abrirá paso por sí sola».
El síndrome de la muerte.
El síndrome tóxico, también llamado «neumonía atípica», fue detectado en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz el 1 de mayo de 1981, al morir por insuficiencia pulmonar aguda el niño de ocho años Carlos Vaquero. Posteriormente, seis de los ocho miembros de su familia contraerían la extraña enfermedad.
En pocos días, la epidemia alcanzó a otras trece provincias españolas, todas ellas situadas en el noroeste de la Península, salvo Galicia y Cantabria, y afectó sobre todo a personas de clase media-baja residentes en las zonas periféricas de las ciudades.
La epidemia alcanzó su punto máximo a mediados de junio, fecha en que se nregistraron hasta 600 ingresos en los hospitales de todo el país, y se atendía a más de cuatro mil enfermos. Durante este periodo se realizaron los primeros estudios epidemiológicos, que permitieron establecer que la enfremedad no afectaba a lactantes y que la epidemia incidia más en la población femenina.
El primer dato permitió establecer que la «neumonía atípica» tiene su origen en un envenenamiento masivo por ingestión de alimentos. Encuestas posteriores demostraron que la mayoría de los afectados habían consumido aceite de colza desnaturalizado con anilinas. A pesar de que la mayoría de los afectados habían consumido también tomates y otros alimentos de consumo generalizado, el hallazgo de las anilinas en el aceite de colza y las circunstancias políticas que vivía el partido del Gobierno, la Unión de Centro Democrático, hizo que toda la investigación oficial se centrara en «la colza».
Datos oficiales estiman que unas sesenta mil personas estuvieron sometidas a los efectos del tóxico, de las cuales resultaron directamente afectadas 24.000 y murieron 352. Sin embargo, datos extraoficiales sigieren que la población expuesta al veneno fue muy superior y que el número de muertos asciende en la actualidad a más de quinientas personas, 150 de las cuales no son reconocidas oficialmente, por haber contraído el «envenenamiento» antes o después de que estuviera en circulación la partida de aceite de colza a que se atribuye la intoxicación.
Un insecticida altamente tóxico.
El Nemacur es un compuesto químico que se emplea por los agricultores como nematicida, para combatir las plagas que afectan a las raíces de las plantas.
Fabricado y patentado por la multinacional alemana Bayer, se sintetizó por primera vez en 1963 y se viene comercializando en el Estado español desde 1972. Su materia activa son los Fenamifos (etil-p-metiltio-m-tolil-isopropil fosforoamidato), un producto fosforado que actúa como plaguicida por contacto y es soluble en las grasas.
Se vende libremente en 19 países, especialmente en los tropicales, y en el Estado español se comercializa en dos versiones: una, líquida, y otra, granulada.
El producto líquido, conocido por Nemacur 40, posee una elevada concentración de Fenaminos y es altamente tóxico. De acuerdo con las normas del Ministerio de Agricultura el consumidor debe consignar en un libro de registro la utilización que le va a dar y no se puede aplicar a las cosechas sesenta días antes de su recolección.
El Nemacur granulado o Nemacur 10 es bastante menos tóxico y no necesita, legalmente, un plazo de seguridad para ser administrado a las plantas.
Los organismos internacionales encargados de la salud (Organización Mundial de la Salud, Organización de Alimentación y Agricultura, etc.), permiten en el caso del Nemacur un límite de residuos que oscila entre los 0,05 y 0,2 miligramos de plaguicida por kilo de vegetal, según el tipo de cultivo.
El «codex» alimentario de la FAO, por su parte, establece que el IDA (Ingestión Diaria Admisible) de Fenamifos en el ser humano no debe superar el 0,0006 miligramos por día y kilo de peso de la persona que absorbe el tóxico.
La Bayer se defiende.
La aplicación correcta del Nemacur no tiene ningún riesgo para la salud, porque los residuos máximos, tanto del preparado como de sus metabolitos, están, después del plazo de espera, por debajo de la tolerancia aceptada por la OMS, informa la Bayer a CAMBIO16.
Saliendo al paso de los informes de los doctores Muro y Frontela, la multinacional alemana asegura que en los estudios efectuados por el Instituto Nacional de Toxicología efectuados en mayo de 1981, cuando surgió el «síndrome tóxico», no aparecieron restos de organofosforados, compuesto que constituye el principio activo del Nemacur.
Señalan también que han vendido su producto en grandes cantidades en el Estado español desde 1972 hasta la fecha sin que se hayan presentado envenenamientos debido a que su acción sobre las plantas es muy pequeña.
Bayer España destaca el hecho de que, a pesar de haberse utilizado masivamente su nematicida en Canarias, Baleares, Alicante, Almería, Murcia y Valencia, en estas zonas no se han presentado casos de enfermedades con sintomatología parecida a la «neumonía atípica». «Por el contrario -dicen-, las regiones más afectadas por el „síndrome“ han resultado ser aquellas en que la aplicación del Nemacur es mínima».
En contra de las hipótesis de los doctores Frontela y Muro, la multinacional alemana pone de relieve que a pesar de ser el tomate y los pimientos productos de mucha exportación, en ningún país del mundo se ha detectado el «síndrome tóxico». El Nemacur se emplea en la actualidad en otros 19 países, desde Estados Unidos a Camerún, como nematicida. «En ninguno de ellos se han producido enfermedades similares a la «neumonía atípica» registrada en el Estado español en 1981», afirma la Bayer.
Cambio 16. 30 de marzo de 1987. Número 800.
Juicio de la colza.
Kafka en la Casa de Campo.
El 30 de marzo comienza el juicio de la colza. Durante unos cinco meses los implicados -40 procesados y 25.000 afectados- buscarán una salida en el laberinto de los 250.000 folios del sumario. Nadie se explica nada. Ni Gobierno, ni científicos, ni afectados. Como en los personajes del célebre autor checo, el esfuerzo parece inútil.
Será el juicio del siglo. No se recuerda en los anales de la justicia española nada parecido. Cuando el día 30, en el auditorio de la Casa de Campo, de Madrid, se abra la vista de la causa por el síndrome tóxico, popularmente acuñado como «envenenamiento por aceite de colza», el recuento burocrático que se pone en marcha puede hundir a los espíritus más esperanzados.
Harán falta como mínimo cinco meses para desentrañar un sumario de 250.000 folios, repartidos en 662 tomos, y que implica a 40 procesados y 25.000 víctimas, de las que 650 fueron mortales, según el sumario -según las estadísticas oficiales, el número de muertes es sólo de 386-. Además, ante el tribunal desfilarán 2.500 testigos, con 38 abogados defensores y otros tantos acusadores, 208 peritos españoles y 42 extranjeros.
Por si faltaban guindas en el mastodonte judicial, se apunta la implicación de doce altos cargos, entre ellos el presidente del Gobierno, Felipe González, y el vicepresidente, Alfonso Guerra. La inversión del Estado en el asunto de la colza, hasta ahora, es de 27.000 millones de pesetas, en ayuda a los afectados y planes de investigación.
Pese a la grandeza estadística, los datos clave, necesarios para desenmarañar la madeja, son escasos y, en su mayoría, oscuros. A los seis años de detectarse el principio de la catástrofe -el fallecimiento del niño Jaime Vaquero García, en Torrejón de Ardoz, el 6 de mayo de 1981- no existen conclusiones científicas en torno a la causa de una sucesiva lista de muertes que ronda el millar de personas y que ha dejado a otras 25.000 sin solución clínica.
Oyendo a las partes implicadas da la sensación de que nadie puede hablar de autoridad. Ni científicos, ni médicos, ni afectados, ni políticos. Doscientos cincuenta mil papeles para esto. «Yo no sé nada. Cuando llegué, en agosto pasado, el síndrome tóxico estaba ya». Esta es la respuesta que ofrecía el ministro de Sanidad, García Vargas, a Cambio 16.
Por no saber, no sabe ni el presidente del Gobierno, quien a un requerimiento notarial de la Asociación de Afectados por el Síndrome Tóxico de Fuenlabrada (Madrid), responde: «Todos los datos que la administración sanitaria y la comisión de seguimiento del síndrome han ido recogiendo de las innumerables comisiones y estudios epidemiológicos realizados en España y en los más prestigiosos centros de investigación del mundo están en manos del tribunal de justicia que investiga el caso, y al que corresponde judicialmente determinar cuáles fueron las causas de la enfermedad y las responsabilidades penales y civiles. Ni el presidente del Gobierno ni cualquier organismo de la Administración tiene competencia jurídica para determinar cuál sea el causante verdadero de la enfermedad denominada síndrome tóxico».
Así las cosas, los afectados de la asociación de Fuenlabrada -unos 800-, que habían requerido a Felipe González con la desesperación de quien no sabe de qué está enfermo y con la amenaza de ingerir el aceite presuntamente tóxico, deciden hacer de cobayas. Toman el aceite, llaman a periodistas alemanes, que también lo toman. Y nada. Entonces empiezan a sospechar que el aceite no es la causa del envenenamiento.
Otros que deberían saber, los técnicos del Fondo de Investigaciones Sanitarias, organismo donde está integrado la parte científica del desaparecido Plan Nacional para el Síndrome Tóxico, tampoco lo tienen claro.
«Científicamente -dice el doctor Manuel Posada de la Paz, del Fondo de Investigaciones Sanitarias y ex miembro de la subcomisión clínica del Plan del Síndrome Tóxico-, los jueces no se pueden agarrar a ningún argumento de peso para culpar el aceite. No hay nadie que pueda decir cuál es el tóxico. A un tipo determinado de aceite vendido de una forma determinada si se le puede echar la culpa. Eso es lo que los estudios epidemiológicos demuestran. La composición de ese aceite se sabe; ahora bien, lo que no podemos decir es que la composición, por muy anómala que se presente, sea el tóxico. Ese es el paso que no hemos podido dar».
Así llevan seis años. Cientos de estudios. Y nada. Pero siempre en una dirección: el aceite es el presunto culpable, después de descartada la acelerada y célebre teoría del «bichito que se cae al suelo y se mata», obra de Jesús Sancho Rof, ministro de Sanidad de UCD cuando apareció el misterioso síndrome tóxico.
El agente sospechoso es aceite de colza mezclado con anilinas y anilidas, sustancias colorantes artificiales para uso industrial, que ingerido, según la teoría oficial, produce lo que se llama «neumonía atípica», una patología que se generaliza con un cuadro clínico muy variado: problemas pulmonares, musculares, nerviosos y digestivos, además de dolencias en los huesos y endurecimiento de la piel.
Los abogados defensores de los industriales acusados de mezclar y distribuir el aceite mortal se agarran a un clavo ardiendo para salvar a sus patrocinados, y el esfuerzo inútil de los científicos de la hipótesis oficial parece el mejor: se ha investigado en todo el mundo y no se ha encontrado la causa.
Los doctores José Manuel Ortega, catedrático de Anatomía Patológica, y Teresa de la Fuente, de la Universidad de Oviedo, cuyos trabajos de investigación con ratas y conejos, respectivamente, han sido recomendados por su brillantez a esta revista por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tampoco pueden aportar contundencia para afirmar la toxicidad del aceite.
Pero, además de la carencia de pruebas bioquímicas para culpar al aceite, la defensa quiere poner en evidencia «las manipulaciones y falsedades de que fue objeto la investigación científica, esencialmente epidemiológica, para dar apoyo a la hipótesis oficial e impedir la apertura de líneas alternativas», según Juan Franco, defensor de los hermanos Bengoechea, propietarios de Rapsa.
Según el abogado Franco, la prisa por echarle la culpa a la colza no está clara. Era un argumento para descartar hipótesis del doctor Antonio Muro, hoy fallecido, a la sazón director del Hospital del Rey, de Madrid, que relacionaba la enfermedad con una intoxicación por vía digestiva a causa de los pesticidas Nemacur y Oftanol, producidos por una conocida multinacional. Según el doctor Muro, los dos pesticidas, al utilizarse conjuntamente -en este caso sobre una plantación de tomates en Roquetas de Mar (Almería)-, produjeron una reacción que envenenó a sus consumidores.
El doctor Luis Frontela Carreras, catedrático de Medicina Legal y director del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Sevilla, investigó en la línea del doctor Muro, quien, entre tanto, fue cesado y murió de cáncer con cierto desprestigio profesional.
Las pruebas del doctor Frontela con insecticidas organofosforados y otras sustancias similares utilizadas en la agricultura apuntan a un pesticida: «Las series de ratas intoxicadas directamente con Nemacur y con pimientos tratados con Nemacur dos semanas antes de la recolección -dice el informe del doctor Frontela, Cambio 16, número 681, diciembre de 1984- presentan similares lesiones microscópicas que las que se observan en los fallecidos por el síndrome o neumonía tóxica».
Esta es la gran baza de la defensa de los encausados. Si no fue el aceite, pudo ser un pesticida. Y, en cualquier caso, nadie lo sabe, porque las altas instancias de la sanidad mundial, la Organización Mundial de la Salud, también están divididas. Aunque siempre se ha acusado al doctor Frontela de falta de rigor en la investigación y de no someterse a los controles objetivos internacionales.
Pero la defensa también utiliza planteamientos similares: todo fue una chapuza, todo se manipuló por las instancias oficiales, en aquel tiempo dependientes del Gobierno de UCD. «Deliberadamente -dicen los abogados- han sido falseados los estudios de control de la enfermedad por sus autores. La documentación parcial, obtenida tras ímprobos esfuerzos a través del juzgado, ha puesto de manifiesto en cuatro de estos estudios que no existen encuestas o controles. Por tanto, no son estudios caso-control, y, no obstante, han sido calificados falsamente como tales».
El embrollo, las irregularidades, la corrupción, afloran continuamente como un nuevo síndrome del caso. El propio Tribunal de Cuentas observó el año pasado diversas irregularidades en el Plan Nacional para el Síndrome Tóxico referidas al descontrol sanitario y económico. Según la auditoría, las anomalías en términos contables pueden entrañar graves responsabilidades.
Y ahí es donde insiste con toda contumacia la asociación más critica de afectados del síndrome tóxico, el mencionado grupo de Fuenlabrada, cuyo presidente, Manuel Henares, asegura estar perseguido por el Gobierno al no aceptar las hipótesis oficiales del aceite.
En un escrito dirigido por la asociación de Fuenlabrada al Ministerio de Sanidad se plantean 43 preguntas en torno al síndrome tóxico, que las autoridades dicen haber contestado convenientemente. Pero a la asociación no ha llegado nada. Y de haberse aclarado las 43 preguntas, la vista del juicio sería coser y cantar.
Los afectados de Fuenlabrada quieren saber, entre otras cosas, qué intereses tiene el Gobierno para esconder la verdad; por qué la justicia no busca culpables dentro de la Administración anterior y posterior al síndrome; por qué se malgastan los presupuestos del plan; por qué no se investigó en la base de Torrejón de Ardoz, y hasta por qué el presidente González no ha traído de Pekín la medicina para curar a los enfermos, como prometió en alguna ocasión.
Los afectados, en general, no sólo están enfermos de un mal extraño, a muchos de los cuales les puede llevar a la muerte. La desesperación es el principal agobio. «Este Gobierno no ha tenido interés en que se sepa la causa del envenenamiento e incluso ha pasado del problema», acusa Manuel Henares.
En este sentido, Cambio16 tiene en su poder un acta del pleno de la subcomisión clínica del Plan para el Síndrome Tóxico del 17 de noviembre de 1983, en la que se recoge una afirmación que avala las críticas de los afectados.
«A continuación -recoge el acta- expuso (el doctor Manuel Posada de la Paz) la relación de trabajos que se van a enviar para ver si pueden ser subvencionados por la vía del convenio hispanoamericano. Dicho convenio está basado en un dinero que Estados Unidos paga al Gobierno español por las bases americanas, que se invierte en proyectos de investigación conjuntos para ambos países. Hace un año, el SAT (síndrome del aceite tóxico) era un tema prioritario para los dos países, pero en el momento actual no lo es para España, aunque los americanos siguen muy interesados».
Fulminados por la colza.
Escobar de Campos, en plena Tierra de Campos (León), es un pueblo que se muere. Sus casas de adobe, camufladas entre el ocre de los surcos, se caen ante los implacables vientos del norte. Y sus 123 habitantes se mueren de viejos. El año pasado sólo hubo un quinto en el pueblo. La gente joven se ha ido detrás del horizonte industrial de las ciudades. Sergio Cid, con treinta y dos años, debe ser principio y fin de la juventud actual.
Pero al deterioro demográfico que impone el paso inexorable del tiempo se ha unido un peligro mayor. La enfermedad de la colza está minando las fuerzas de sus habitantes. En Escobar el síndrome tóxico se cebó con tal virulencia que muchos creían al principio que el pueblo desaparecía del mapa.
«Murieron dos y casi treinta personas resultaron afectadas de consideración», dice Rafael Domínguez Lera, médico de la localidad, pero residente en Sahagún. Escobar tiene pocos servicios públicos. Sólo hay un teléfono.
«Aquí sólo hay tristeza», dice Crescencio Rueda Borge, labriego de sesenta y tres años, uno de los que se ufana de no haber sufrido la enfermedad «por mi afición a empinar el codo». «Yo siempre me decía que lo que me iba a ahorrar en ese aceite que traían los ambulantes me lo gastaba en el bar, así que no hice ni caso».
Murieron dos personas y algunas han quedado muy mal. «Las primeras semanas -dice Crescencio Rueda- estábamos acojonados todos; nadie sabía por qué pasaba aquello. Yo tenía en casa tres botellas de coñac y cayeron en seis días, por si acaso me tocaba».
El médico, compañero de estudios del polémico doctor Antonio Muro, impulsor de la teoría de los pesticidas, no tiene dudas de las causas del mal. «Fue el aceite, no tiene discusión. Yo mandé muchos enfermos a León y cuando les quitaba del consumo de aceite se salvaron. Los que volvieron y siguieron tomándolo, cayeron. Ni pájaros ni pesticidas. Está clarísimo».
Pero nadie se explica que en Grajal de Campos, a un tiro de piedra de Escobar, el aceite no hiciera efecto. No hubo ni un enfermo. Y los vendedores ambulantes visitaban los dos pueblos.
«Grajal se salvó porque estaban en fiestas y cuando los vendedores llevaron la partida de aceite la gente estaba distraída. Nadie compró».
Pese a todo, los ambulantes siguen llegando a Escobar. El señor Cuevas, de Boadilla de Rioseco (Palencia), es una institución de hace muchos años, que vende tomates y otras frutas.
Sebastián Moreno.